Se me ha acusado muchas veces de estar loco, o de ser poco cuerdo. Pero, ¿no es que acaso todos somos un poco locos? Todos tenemos desvaríos y ciertos delirios. Y más cuando uno está enamorado, como es mi caso. Es por eso que les pido que no me juzguen hasta oír toda mi historia.

Como les he dicho anteriormente, sí, estoy enamorado. Tengo en mí uno de los sentimientos más intensos, encantadores, tóxicos y difíciles de superar. El amor se apodero de mí y de todo mi ser. El amor, como si fuera una flecha disparada por un arquero inglés y no por Cupido, me atravesó y destrozó el frágil corazón que poseía. Solo me faltó verla una única vez para que cayese en sus pies como ningún otro. Pero, para mi pesar, a ella no le sucedió lo mismo.

Al principio solamente me veía como uno más, sin diferenciarme del resto. Sin embargo, no la culpo. Con el paso del tiempo aprendí que esto era debido a una serie de malas experiencias pasadas que ella sufrió en toda su vida. Desde pequeña la habían tratado mal, siempre le negaban su libertad, manejándola de un lado a otro como si fuera un títere, y siempre la hacían sentir inferior, siendo esto último es algo que la marcó de por vida, ya que sentía que su vida consistía en que todos estén por encima de ella cualquiera sea la situación. Y yo me propuse a cambiar eso. Ella logró hacer un cambio radical en mi vida con solo verla, era mi deber ayudarla a crecer y logar que deje atrás el pasado.

¡Ah! Pero no era una tarea fácil. Su corazón se había transformando en algo duro como la madera a causa de tales experiencias. Resistente, pero no impenetrable. ¿Cómo podría hacer yo para cambiar eso? ¿Cómo podría ablandar su corazón sin convertirlo en astillas en el proceso? Intenté varias cosas. Me fui acercando a ella gradualmente. Primero hablándole de forma natural, luego haciéndole cumplidos, hasta incluso me rebajaba constantemente solo para que ella se sintiese superior. Y aunque en varias ocasiones mis intentos no servían, pude ver que ella se estaba adaptando a mí y a mi forma de ser. Le gustaba mi presencia, a pesar de todo. Decidí aferrarme a eso y continuar mi lucha por verla totalmente feliz.

Es increíble como el tiempo deja de ser algo por lo que preocuparse cuando es compartido con lo que más aprecias en la vida. Me atrevería a decir que se pierde totalmente la noción del mismo. Los días pasaron volando, y mi amor por ella cada vez crecía más y más. Mi confianza aumentaba en conjunto con mis ganas de declararme. Y un día, armándome de valor, lo hice.

Ha pasado un año ya desde que nuestro amor fluye como el agua de un río. La gente suele quedarse en un estado de shock al contarles que ella es mi pareja, y generalmente me critican, diciendo que estoy loco y que debería irme a un psiquiatra. Pero no me importa, ya que todo de ella me gusta, su color caoba, sus cuatro patas, sus decoraciones...

Y así fue como me enamoré de una silla.